Antes y después: un piso de 40 metros cuadrados reformado con ingenio
En el último piso de un edificio de la Ciutat Vella de Barcelona, una azotea abandonada se ha convertido en un apeadero lleno de encanto.
El propietario de este piso, situado en la última planta de un edificio del siglo XIX protegido del Born barcelonés, no pasa muchos días al año en Barcelona, por lo que, a la hora de buscar un lugar para vivir, los 40 metros cuadrados de esta vivienda la parecieron más que suficientes para convertirlo en un apeadero. Pero, aunque de tamaño era perfecto para él, el estado en el que se encontraba lo hacía inhabitable. "Estaba bastante deteriorado en general. Se habían hecho reformas puntuales en el pasado para subsanar superficialmente problemas importantes como la humedad, la privacidad y la salubridad", explican desde el estudio ChillidaFrancoy, los encargados de renovar esta vivienda. "El propietario puso en nuestras manos la labor de reorganizar los espacios, aprovechar la luz natural y reformar integralmente cocina, baño y pavimentos".
Lo primero que tuvieron que hacer fue preparar el terreno. "La vivienda esta situada en la ultima planta del edificio. Como en muchos casos parecidos, esta planta constituía anteriormente la azotea, poniendo de manifiesto un suelo de pendientes irregulares que tuvimos que solventar aplicando una capa de regularización de mortero para lograr la planeidad necesaria para colocar el pavimento de madera natural", exponen. El piso estaba partido por la mitad por un muro de carga. Los arquitectos aprovecharon esta división inevitable para crear dos ambientes. En el primero se encuentra la entrada y el dormitorio. Para dar privacidad a ambos espacios se creó un tabique exento que por un lado sirve como mueble en el recibidor y por el otro se emplea como cabecero con mesillas. El otro área se destinó a un salón-comedor con cocina. Aunque las tres estancias comparten el mismo espacio, el uso de dos suelos distintos, uno de madera y otro cerámico, logró delimitar visualmente el espacio, y unos muebles con un diseño parecido en el comedor y en la cocina dio cohesión.
El color que predomina es el blanco, para dar luminosidad y ampliar visualmente los espacios. En el baño, también de reducidos metros cuadrados, se jugó al despiste colocando un azulejo 10x10 blanco con las juntas en negro que parecen darle otras dimensiones de mayor tamaño. La mayor sorpresa del proyecto se la encontraron al picar una de las paredes del salón. Ante ellos se presentó un muro de la construcción original que conservaba los colores primigenios y que el estudio decidió dejar a la vista, siendo uno de los pocos adornos con los que cuenta la casa.
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Un corral de 1900 convertido en casa de campo
Un piso de estilo mediterráneo (antes y después)
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Un salón comedor moderno y natural